UNIVERSIDAD
ALFONSO REYES
DIVISION
PREPARATORIA
UNIDAD
LINDA VISTA
MATERIA:
Literatura I
Lic. Maribel Morales Bermúdez.
ENSAYO:
El naturalismo en México.
GRUPO:
3° B
MATRICULA:
L-10836
ALUMNA:
Valeria Escamilla Olivares
Guadalupe, N.L, A 10
de Octubre del 2012
El
nacionalismo en México
El naturalismo es un estilo artístico, sobre todo literario, basado en reproducir la realidad con una
objetividad documental en todos sus aspectos, tanto en los más sublimes como
los más vulgares. Su máximo representante, teorizador e impulsor fue el
escritor Émile Zola que expuso esta teoría en
el prólogo a su novela Thérèse Raquin y
sobre todo en Le roman expérimental (1880).
Desde Francia, el Naturalismo se extendió a toda Europa en
el curso de los veinte años siguientes adaptándose a las distintas literaturas
nacionales. El naturalismo presenta al ser humano sin albedrío, determinado por
la herencia genética y el medio en que vive. En él influyen el Positivismo de Auguste
Comte, que no valora lo que
no puede ser objeto de experiencia, el Utilitarismo de Bentham y Stuart
Mill, que juzga todo en función de su utilidad, y
el Evolucionismo físico de Darwin y social de Herbert
Spencer, que niega la
espiritualidad del hombre al negar la intervención divina, y el materialismo histórico de Marx yEngels. En la mayoría de los escritos lo que se
intenta es reflejar que la condición humana está mediatizada por tres factores:
la herencia genética, las taras sociales (alcoholismo, prostitución, pobreza, violencia) y el entorno social y material en que se
desarrolla e inserta el individuo. Esto es, lo que se conoce en filosofía como Determinismo. De aquí deriva otra importante
característica del Naturalismo, una crítica (implícita, ya que el valor
documental y científico que se pretende dar a la literatura de este tipo impide
aportar opiniones propias) a la forma como está constituida la sociedad, a
las ideologías y a las injusticias económicas, en que se hallan las raíces de las
tragedias humanas.
Sátira y denuncia
social. La novela naturalista
no vale como simple pasatiempo, es un estudio serio y detallado de los
problemas sociales, cuyas causas procura encontrar y mostrar de forma
documental
Concepción de la literatura como arma de combate político, filosófico y
social;
Feísmo y tremendismo como revulsivos. Puesto que se
presentan casos de enfermedad social, el novelista naturalista no
puede vacilar al enfrentarse con lo más crudo y desagradable de la vida social.
Se considera que el Naturalismo es una evolución del Realismo. De hecho,
la mayoría de los autores realistas evolucionó hacia esta corriente
materialista, si bien otros orientaron su descripción de la realidad hacia el
interior del personaje llegando a la novela psicológica.
El Naturalismo, al igual que el Realismo, refuta el Romanticismo rechazando la evasión y volviendo la
mirada a la realidad más cercana, material y cotidiana, pero, lejos de
conformarse con la descripción de la mesocracia burguesa y su mentalidad individualista
y materialista, extiende su mirada a las clases más desfavorecidas de la
sociedad y pretende explicar los males de la sociedad de forma determinista.
El Naturalismo tenía como objetivo explicar los comportamientos del ser
humano. El novelista del Naturalismo pretende interpretar la vida mediante la
descripción del entorno social y descubrir las leyes que rigen la conducta
humana. El Naturalismo surge en París; Zola fue el iniciador del movimiento
Naturalista, al decidir romper con el romanticismo, crea este movimiento
literario; siendo considerado el maestro de este movimiento junto con Gustave Flaubert. En sus obras más importantes describirían de
manera cruda y realista el contexto social de París, el lugar de inicio del
movimiento.
El naturalismo en México,
Cuba y Venezuela. Contrariamente a la mayoría de los países de Hispanoamérica,
México poseía una tradición realista muy importante en cuyo haber caben tanto
la primera novela realista-picaresca americana Periquillo Sarniento (1816) de
J. Fernández de Lizardi como la obra de Ignacio Manuel Altamirano en el gozne de romanticismo y realismo. No
obstante, el único narrador naturalista digno de mención es Federico Gamboa (1864-1939),
cuya primera entrega los cuentos incluidos en la col. Del natural (1888) ya
desde el mismo título se impregna de una óptica literaria a la que se ajustarán
relatos posteriores como Suprema ley (1896), historia de un hombre enamorado de
una homicida por la suprema ley de la pasión; Metamorfosis (1899), que narra la
accidentada vida de una monja exclaustrada; Santa (1900), la más popular, que
cuenta la vida de una prostituta, figura menor en el cortejo de las inspiradas
por la Nana de Zola; y, finalmente, Reconquista (1908), ya en el camino de lo
moralizante religioso, previsible final de la aventura naturalista de Gamboa.
La secuela del género es todavía visible en la promoción de narradores que
sucede al autor citado y que tiene como tema fundamental la revolución mexicana
de 1910. A este respecto, no podemos olvidar que el aprendizaje literario de un
Mariano Azuela estuvo constituido por
relatos de corte naturalista.
Cuba, con una sociedad muy madura pero pródiga en los conflictos del régimen español, tuvo un precedente naturalista de importancia en la novela Cecilia Valdés (editada en 1839, pero considerablemente ampliada en la edición neoyorquina de 1882) original de Cirilo Villaverde, confirmado más tarde con la obra de Jesús Castellanos (1879-1912). La aparición de uno con conciencia de tal es, sin embargo, tardía y, en sus primeras manifestaciones, constituye un explicable remolque de las modas metropolitanas. Narradores de la garra de Emilio Bobadilla (1862-1920) Fray Candil, y Alfonso Hernández Catá se pueden clasificar cómodamente entre los novelistas eróticos de primeros de siglo español; más próximo el primero al no descarnado de un Felipe Trigo y más cercano el segundo a las introspecciones psicológicas de un Alberto Insúa, un José Francés o un Eduardo Zamacois. Más interesante, y mucho más cubana, es la obra de Carlos Loveira Chirino (1882-1928); político de convicciones socialistas y vigoroso narrador, se identifica plenamente con el largo y amargo periodo de frustraciones sociales de los primeros años de la independencia; comenzó su carrera literaria con Los inmorales (1919), historia de una unión ilegítima en pugna con la sociedad conservadora; a este relato siguieron Generales y doctores (1920), La última lección (1924), y, sobre todo, Juan Criollo (1927), etopeya de un logrero político muy similar a la emprendida por el argentino Payró en Divertidas aventuras del nieto de Juan Moreira.
En Venezuela, el género narrativo había surgido de la mano de dos novelas imperfectas pero poderosas: Peonía (1890) de Manuel Vicente Romero García (1862-1914), y El sargento Felipe (1891) de Gonzalo Picón Febres (1860-1918). Ambas marcarán una predilección por el criollismo ruralista, lógica en una sociedad tan estamental como la venezolana, que, modernamente, resurge en los relatos de José Rafael Pocaterra (1885-1955) y Rómulo Gallegos, limpios de toda reminiscencia naturalista. No obstante, también encontramos escritores plenamente incursos en las características generales del movimiento que historiamos: así, Miguel Eduardo Pardo (1868-1905), cuya novela Todo un pueblo es una torpe tragedia rural protagonizada por una suerte de anarquista; José Gil Fortoul (1862-1943), autor de Julián (1888), y, más adelante, el modernista Manuel Díaz Rodríguez (1871-1927), cuyo relato ídolos rotos (1901) es una formulación más del conocido tema del criollo desarraigado.
Cuba, con una sociedad muy madura pero pródiga en los conflictos del régimen español, tuvo un precedente naturalista de importancia en la novela Cecilia Valdés (editada en 1839, pero considerablemente ampliada en la edición neoyorquina de 1882) original de Cirilo Villaverde, confirmado más tarde con la obra de Jesús Castellanos (1879-1912). La aparición de uno con conciencia de tal es, sin embargo, tardía y, en sus primeras manifestaciones, constituye un explicable remolque de las modas metropolitanas. Narradores de la garra de Emilio Bobadilla (1862-1920) Fray Candil, y Alfonso Hernández Catá se pueden clasificar cómodamente entre los novelistas eróticos de primeros de siglo español; más próximo el primero al no descarnado de un Felipe Trigo y más cercano el segundo a las introspecciones psicológicas de un Alberto Insúa, un José Francés o un Eduardo Zamacois. Más interesante, y mucho más cubana, es la obra de Carlos Loveira Chirino (1882-1928); político de convicciones socialistas y vigoroso narrador, se identifica plenamente con el largo y amargo periodo de frustraciones sociales de los primeros años de la independencia; comenzó su carrera literaria con Los inmorales (1919), historia de una unión ilegítima en pugna con la sociedad conservadora; a este relato siguieron Generales y doctores (1920), La última lección (1924), y, sobre todo, Juan Criollo (1927), etopeya de un logrero político muy similar a la emprendida por el argentino Payró en Divertidas aventuras del nieto de Juan Moreira.
En Venezuela, el género narrativo había surgido de la mano de dos novelas imperfectas pero poderosas: Peonía (1890) de Manuel Vicente Romero García (1862-1914), y El sargento Felipe (1891) de Gonzalo Picón Febres (1860-1918). Ambas marcarán una predilección por el criollismo ruralista, lógica en una sociedad tan estamental como la venezolana, que, modernamente, resurge en los relatos de José Rafael Pocaterra (1885-1955) y Rómulo Gallegos, limpios de toda reminiscencia naturalista. No obstante, también encontramos escritores plenamente incursos en las características generales del movimiento que historiamos: así, Miguel Eduardo Pardo (1868-1905), cuya novela Todo un pueblo es una torpe tragedia rural protagonizada por una suerte de anarquista; José Gil Fortoul (1862-1943), autor de Julián (1888), y, más adelante, el modernista Manuel Díaz Rodríguez (1871-1927), cuyo relato ídolos rotos (1901) es una formulación más del conocido tema del criollo desarraigado.
Los
mexicanos demuestran su “Nacionalismo” solo con festejos y fiestas vanas, y no
con el amor a la patria como debería de ser, pero no es culpa del pueblo, si no
de los medios que nos venden una idea equivocada de nuestro México.
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